Dada mi avanzada edad, me ha
tocado vivir muchas cosas; algunas buenas, otras malas. Hoy voy a hablar sobre
una de esas cosas buenas: la Nintendo 64 (aplausos entre llantos y sollozos).
(Soy el único al que le da un vuelvo el corazón? :,) )
Pero a pesar de que esta consola
haya marcado una etapa bonita y ignorantemente feliz en mi vida, hoy toca
hablar de ella refiriéndonos a una desgracia; he leído esta mañana un artículo sobre
un estudio que demostraba que soplar la ranura del cartucho del juego cuando
este no funcionaba… ¡NO SERVIA PARA NADA! De hecho, lo empeoraba…Tras la
lectura de dicha noticia me puse a llorar desconsoladamente (no podía ser de
otra manera) en medio del metro de Barcelona.
Si alguna de las miles de
personas que leen este blog ha disfrutado de esta consola en algún momento de
su infancia, compartirá mi dolor. ¿No recordáis esos días en los que os disponías
a echar una partida de vuestro juego favorito, ya fuese Super Mario 64, Mario
Kart, Goldeneye 007, Zelda: Ocarina of time, etc… y la consola no leía el
cartucho? La reacción inmediata era coger dicho cartucho y soplar (de abajo
arriba y de arriba abajo) la ranura, de tal forma que, al introducirlo, como
por arte de magia… ¡EL JUEGO VOLVÍA A FUNCIONAR!
Pero es que incluso, entre tus
hermanos y amigos, siempre había uno al que se le daba mejor esto de soplar, incluso
lo había elevado a un nivel de arte y solo este individuo era capaz de revivir
esos impresionantes juegos a la primera; eran ingenieros del soplido. Pues esto
amigos, según la ciencia, era solo un espejismo, una ilusión, una cruel
coincidencia del destino. Es más, el artículo en cuestión convertía a estos
profesionales de las reparaciones jueguiles (otra palabra que me apunto) en
verdugos, ya que afirman que la saliva desprendida de los soplidos estropeaba
los lectores de los cartuchos… ¿os lo podéis creer?
Pues eso señoras y señores; chicos
y chicas; abogados, mi infancia es un poco más traumática hoy gracias a la
ciencia, que no conoce de sentimientos. Aún así intentaré seguir creyendo en
esos mitos, costumbre, que nos hicieron unos niños felices, que nos unieron y
nos hicieron ganar un respeto dentro de nuestro grupo de amigos. Y recordaré
con ternura la figura del soplador de cartuchos, él cual, hace ya muchos años,
formo parte de mí.
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