[El Escupitajo]

Lucas estaba sentado en ese vagón desde hacía ya cinco paradas, es decir, desde hacía unos seis minutos. Odiaba ir en metro, pero era la única forma de llegar a su trabajo haciendo el mínimo esfuerzo.

Al fin, al llegar a su parada, se dispuso a levantarse, dio un paso con su pie derecho hacia la salida, aun sin estar completamente incorporado y, al ir a dar el segundo paso con su pie izquierdo, se desató la tragedia.


En el momento en que su pie se apoyo el suelo para seguir con su desfile inevitable hacia la puerta de salida, este se encontró con lo que, aparentemente, era un escupitajo muy denso y pastoso. Lo piso de lleno, momento en el que su pie resbaló de forma violenta hacia delante.

Su cuerpo se arqueo hacia atrás, en sentido contrario a su pie. Su cara arrugó la expresión de forma muy sebera; se le salió un poco de saliva entre la comisura de los labios. Su brazo derecho, en una milésima de segundo, intento cogerse a la barra donde se sostiene la gente que viaja de pie en el vagón: fracasó.

Su brazo izquierdo, más errante, manoteo la cara de una señora que en ese momento corría a sentarse en el sitio que Lucas acababa de dejar libre. Este se mancho la mano con un poco del labial rosado que la señora mayor tenía en sus labios.


Su cabeza se dirigía a toda velocidad hacia el borde del banco donde hacía unos segundos estaba sentado: iba a morir. Así que, mientras caía, mientras se colocaba en posición horizontal y sentía la ingravidez en su cuerpo, mientras veía a la gente que tenía alrededor como unas siluetas coloridas y borrosas pensó: “Me cago en la puta”.

[R.I.P Madiba]

Gracias por todos esos maravillosos goles y esos regates de ensueño. 

Siempre en nuestros corazones.

R.I.P Madiba


[Dr. Tangalanga]

Julio Victorio de Rissio cumple este diez de noviembre nada más y nada menos que noventa y siete años. Muchos os preguntaréis, “bueno, ¿y este señor quién carajo es?”. Pues se trata del entrañable y cabrón Doctor Tangalanga, el mejor bromista telefónico de la historia.

Muy probablemente, si sois nacidos aquí en España, no tengáis no idea de quién es este señor. Por el contrario, aquellos nacidos y criados en Argentina saben que estoy hablando de uno de los abuelos más graciosos y con menos escrúpulos que han existido nunca. El puto amo de los yayos, para entendernos mejor.

El Doctor Tangalanga, a pesar de no ser demasiado conocido en la península ibérica, tiene una larga trayectoria en el mundo del humor. Ya desde los años ochenta era el causante de muchos dolores de cabeza a gente anónima, a la cual llamaba por teléfono explicándoles mil y una historias, a cada cual más surrealista, cuyo único fin era el de sacar de sus casillas y “putear” a estos pobres individuos. Pero lo hacía (y sigue haciendo) con una gracia y una perspicacia digna de admiración.

La mayoría de sus llamadas acaban entre insultos y gritos (básicamente por parte de la víctima), cosa que contrasta con la serenidad que suele mantener el Doctor, el cual, casi en ningún momento, pierde los nervios (hay que ser bien cabrón eh, jijiji). Ya puede llamar a un centro deportivo para comunicarle al dueño que ha recibido quejas de su “sobrino” de que el profesor de judo intento toquetearlo; llamar a un cantante de ópera, hacerlo cantar por teléfono y luego decirle que canta “como la mierda”; y mil historias de este estilo.

Y por si os preguntáis si al final de cada broma dice que se trata de eso, de una broma: NO, en absoluto. Su hijoputez no tiene límites y nunca devela a la víctima que se trata de un viejo muy viejo que lo está vacilando.

Yo soy español y descubrí al Doctor gracias a una amiga que lo encontró por casualidad navegando por internet y quedó sorprendida (a la vez que maravillada), por el ingenio y la cara dura de este señor. Desde entonces, cuando tengo un rato libre, me pongo de fondo, como si de una canción ambiental se tratase, una de las miles de llamadas del Doctor que puedes encontrar en internet. Ahora yo os lo presento a vosotros (de nada).


Aquí os dejo una pequeña selección de las que, para mí, son unas de sus mejores obras:


Empezamos fuerte:

Sin palabras:


Para acabar, un poco de ópera:


[Efusividad]

Hoy he salvado la vida de milagro. Me encontraba en el súper comprando unas galletitas y un preparado de pastelitos con virutas de chocolate cuando fui víctima de un ataque grotesco.

Todo empezó cuando me dirigía al pasillo de los dulces cuando, al girar en uno de los escaparates, me encontré de frente con un antiguo compañero del instituto. Nuestras miradas se cruzaron y ambos sonreímos a la par que nos llamábamos por nuestros nombres con ese tono típico de cuando te encuentras con una persona que hacía mucho que no veías: “¡Hey Luís, cuanto tiempo!”, y nos acercamos el uno al otro para estrechar nuestras manos; y he aquí el punto de inflexión: el quería abrazarme.

Apenas nos separaban un par de metros, yo me aproximaba y el también. El encuentro era cuestión de segundos. Yo desenfundé mi mano y la dispuse para estrechar firmemente la suya; ya no había vuelta atrás. Y ese es el problema de llegar a un punto de no-retorno: él ya había decidido rodearme con sus brazos.

El primer impacto fue el peor: mi mano se estrelló contra su abdomen, plegándose sobre si misma. En ese momento se me fracturaron las falanges de casi todos los dedos. Lo único que pude hacer fue gritar. Gritar mientras las lágrimas saltaban de mis ojos.

Mi instinto de supervivencia me incito a la retirada; intenté recular sin éxito, ya que sus brazos me apresaban como si de una camisa de fuerza se tratase. Su entusiasmo por verme era incontrolable. Y yo me encontraba ahí en medio, como un amasijo de carne y hueso, amasado por la imparable fuerza de la efusividad.

A partir de ahí, sólo recuerdo despertarme en la cama del hospital, tendido entre sábanas blancas, con una vía en el brazo, y el cuerpo prácticamente envuelto en escayola. Ahora apenas puedo mover la boca para narrar estos terribles acontecimientos mientras miro a la puerta: alguien está llamando.

Invito a pasar, debe de ser alguien que viene a visitarme; efectivamente, es Luís.


Manolo, 1985-2013 (Muy, MUY querido por los suyos)

[No es país para Flyers]

En la vida hay muchas cosas buenas, no lo voy a negar. Pero hay otras que te hacen sentir tan mal y tan vacío, que no sabes hasta que punto la balanza está equilibrada en cal y arena (por cierto, nunca he sabido si la buena es la cal o la arena y cual es la mala y que carajo). Pero la que para mi es la peor sensación, es la de soledad. No confundir soledad con tranquilidad; amo la tranquilidad. Me refiero a la soledad de ser invisible para el mundo. De caminar por las calles de la vida errante, como un espectro.

Muchos pensareis: “¿pero qué mierda haces escribiendo esta reflexión tan seria en un blog de humor?”. Amigos, la respuesta está en vuestro interior…jijiji es broma, ni que fuese un estudiante de primero de filosofía y creyera que tengo al mundo cogido por los huevos :P.

Pero en lo que creo que todos estaréis de acuerdo conmigo es en que no hay mayor sensación de soledad y vacío que la que produce pasar por al lado de un repartidor de flyers y que este repartiendo a todo Dios pero, al llegar tu turno de recibir ese papelito manoseado, pase de tu puta cara. ¿Qué mierdas te he hecho yo a ti, repartidor verdugo de mi alma?

No había motivo aparente: delante de mi había un chico con un perfil muy similar al mío y este recibió sin vacilar su flyer…¿por qué yo no? Es de esas cosas que te tomas de una forma muy, muy personal. Lo peor es que, con casi total seguridad, apenas te mirarás el flyer y, simplemente, te limites a hacer una bola con el y pruebes tu puntería con la papelera más cercana que encuentres. Pero es el hecho lo que duele, el que no te hayan tenido en cuenta. Es dramático (a la par que absurdo).


En ocasiones, la vida te castiga por donde menos te lo esperas.

[Zombistad]

Hoy he ido, con un par de amigos, a ver la última peli de zombis rompe taquillas y luce estrellitas, la cual, para mi sorpresa, me ha gustado bastante.

¿Os imagináis que se acaba aquí la entrada? Menuda mierda ¿no? Jejejiji es que no sería ni una crítica de cine, ni una anécdota graciosa… nada de nada. Sólo un comentario basura… y mi blog no va de eso ¿NO? L

Vale, sigo.

La cuestión es que, al salir del cine, a mis amigos y a mi nos invadió la misma reflexión: en caso de que, tras un apo calipsis zombi, alguno de nosotros resultará infectado y, entre nosotros, tuviéramos que “eliminarlo”, no sabríamos si seríamos capaces. Si podríamos clavar un hacha o un pico en el cráneo del que antaño fue nuestro colega, nuestro hermano.

Sólo pensar en tener que llevar a cabo ese acto nos llenaba los ojos de lágrimas y… jejeje que es broma. Los tres coincidimos en que, si pasase esto, le daríamos muchos machetazos o disparos al otro en la cabeza sin pensárnoslo un minuto. Es un puto zombi, joder. Que asco.

Ir un poco más lejos: que a tu compañero le muerdan solo la punta del dedo meñique de la mano derecha. ¿amputar rápidamente sólo el dedo? ¿sólo la mano? No me jodas, le amputo del hombro para abajo, a machetazo limpio. En parte sería gracioso, muy de colegas, en plan:

-¡Cabrón, corta más abajo!

-Que no, joputa, que hay que estar seguros. Que tu eres muy de dar mordisquitos. Jejejeje

-Jajaja que cabrón… ¡¿quieres acabar ya, joder?!

-Espera, que he pillado cartílago…

Ir más lejos aun, que le muerdan el dedo meñique de la mano y empezar a cortarle una pierna:

-¡¿Pero que coño haces tío?!

-Tranquilo, macho. Intento salvar todas las partes sanas antes de que queden infectadas…

-Ah… perdona.

Joder, que dentro del apocalipsis zombi se le vaya la olla a algún militar del ejercito, el cual empiece a rebanar las partes sanas de sus compañeros en el momento de que estos sean mordidos. Que les muerdan un pie y les empiece a cortar los brazos, el tronco y tal. Joder, todos sus compañeros, antes d morir, se cagarían en su puta madre ¿no? Que cabrón.

Que este mismo tío vaya cargado con un saco de extremidades “sanas” al cuartel o donde sea que se reúnan los altos mandos que combatan las hordas zombis y que les diga “tranquilos, aquí os traigo muchas partes sanas de compañeros. ¡Vamos a acabar con esos hijos de puta!”

Hostias, que lo condecoren por su valor.

Y es por esto que me gusta tanto ir al cine. Al final, con las risas, acabo amortizando bastante bien el riñón que tuve que vender para pagarme la entrada.