Lucas estaba sentado en ese vagón
desde hacía ya cinco paradas, es decir, desde hacía unos seis minutos. Odiaba
ir en metro, pero era la única forma de llegar a su trabajo haciendo el mínimo
esfuerzo.
Al fin, al llegar a su parada, se
dispuso a levantarse, dio un paso con su pie derecho hacia la salida, aun sin
estar completamente incorporado y, al ir a dar el segundo paso con su pie
izquierdo, se desató la tragedia.
En el momento en que su pie se apoyo
el suelo para seguir con su desfile inevitable hacia la puerta de salida, este
se encontró con lo que, aparentemente, era un escupitajo muy denso y pastoso.
Lo piso de lleno, momento en el que su pie resbaló de forma violenta hacia
delante.
Su cuerpo se arqueo hacia atrás, en
sentido contrario a su pie. Su cara arrugó la expresión de forma muy sebera; se
le salió un poco de saliva entre la comisura de los labios. Su brazo derecho,
en una milésima de segundo, intento cogerse a la barra donde se sostiene la
gente que viaja de pie en el vagón: fracasó.
Su brazo izquierdo, más errante,
manoteo la cara de una señora que en ese momento corría a sentarse en el sitio
que Lucas acababa de dejar libre. Este se mancho la mano con un poco del labial
rosado que la señora mayor tenía en sus labios.
Su cabeza se dirigía a toda velocidad
hacia el borde del banco donde hacía unos segundos estaba sentado: iba a morir.
Así que, mientras caía, mientras se colocaba en posición horizontal y sentía la
ingravidez en su cuerpo, mientras veía a la gente que tenía alrededor como unas
siluetas coloridas y borrosas pensó: “Me cago en la puta”.