[Mamá]


Hoy salí un poco más tarde del colegio; me había quedado negociando con la profesora de mates redondear el 6,8 del examen a un 7. La cuestión es que llegaba un poco tarde a casa y era la hora de comer, hora que para mi madre es sagrada. Así que tenía que darme prisa, intentar coger todos los atajos posibles y no distraerme con nada (soy propenso a distraerme con cualquier tontería, y donde digo propenso quiero decir MUY propenso).

Así pues me dispuse a ir por el camino más corto, pero solo girar la primera calle, me veo interrumpido de golpe por un chico que quería afiliarme a una ONG “zurdos sin fronteras”. Le dije que tenía prisa, que en otro momento. Pero el chico parecía desquiciado; empezó a insistirme, siguiéndome, así que empecé a correr y el loco ese empezó a correr también detrás de mí. Tres bolis oficiales de la ONG llegó a tirarme, casi me da en la cabeza. Por suerte se cruzó con un mendigo y creo que se enamoró, porque dejó de seguirme.

Más calmado, retomé mi camino…por poco tiempo. Fue tomar la avenida principal que tomo a diario y ver que se había formado una batalla campal: un montón de policías estaban siendo agredidos por policías andorranos. Se ve que los primeros se estaban manifestando, por lo que el gobierno se fue a Andorra a buscar antidisturbios para poder hacerles frente. Y yo llegaba tarde, es mala suerte.

Por fin ya estaba a punto de llegar, mucho más tarde de lo esperado. Pero nuevamente hoy no era mi día: había una especie de monstruo inmenso, parecido a un pez antropomorfo… una cosa muy rara destruyendo varios edificios cercanos a mi casa. Obviamente, entre los cazas del ejército disparándole misiles y los militares de tierra atrincherados disparándole, tuve que pegar una vuelta a toda la manzana (luego me informé y se ve que el bicho ese era un pececillo que un niño tiró por el retrete; vivía cerca de Fukushima o Fukashimo, no sé, en Japón).

Finalmente conseguí entrar en casa; vaya día el mío. Mi madre, solo llegar, me pidió explicaciones (con esos gritos de furia que solo las madres saben hacer). Yo le expliqué todo, con pelos y señales: el chico desquiciado de la ONG, la manifestación de policías y el monstruo. A lo que ella, previsiblemente, me respondió: “¡Que monstruo ni que monstrua, castigado a tu cuarto!”.

[Todos somos humanos]


Se estaba mentalizando; respiraba profundamente y repetía para sus adentros el discurso que en breves momento se dispondría a realizar. Era el encargado de presentar un nuevo programa de televisión en directo y este primer episodio, lógicamente, era el más importante; la primera impresión a la audiencia tenía que ser buena. El público estaba llegando y ocupando sus asientos; todo estaba dispuesto para empezar.

Por fin entró al plató; estaba en directo.  Entre aplausos se plantó en medio del escenario y se dispuso a escupir cada una de las palabras que tan meticulosamente había preparado. Pero fue empezar a hablar y algo salió mal: el micrófono no funcionaba. Se quedó estupefacto, dio unos golpecitos al cabezal del micro diciendo “probando, uno, dos, tres”, pero no pasaba nada, el pequeño micrófono seguía sin funcionar.

Inmediatamente el técnico encargado el sistema de sonido acudió en su ayuda; toco unos cuantos cables y nada; el micro no emitía ni la más mínima señal. Fue entonces cuando un integrante del público se puso del pie al grito de “¡soy psicólogo y ya sé lo que le pase al micro: sufre de fobia social!”. Lo que le faltaba al pobre presentador, un micrófono con temor a hablar en público.

Como no disponían de otro de recambio de manera inmediata, procedieron a interrumpir la emisión y a buscar rápidamente un sustituto al pobrecito micro. Tras instalar el nuevo justo a tiempo para volver a emitir en directo, el presentador se dispuso, por fin, a ofrecer su presentación; nuevamente algo salió mal: un sonido rarísimo e insoportable invadió el plató en el momento que pronunció las primeras palabras.

El micro funcionaba perfectamente, era nuevo, por lo que ahora el problema parecía venir de los altavoces del plató. El técnico, desesperado, corrió a ver qué podía hacer, pero todo fue interrumpido nuevamente por otro integrante del público “¡Soy médico, y lo que pasa es que los altavoces están resfriados!”.

[Avenida]


Se estaba construyendo un gran museo, el cual albergaría las más valiosas y hermosas obras de la tierra. Arte contemporáneo, barroco, vanguardista, etc. Todos se darían cita en este majestuoso edificio, que se alzaría en medio de una de las avenidas más transitadas de Barcelona. Pero es que este no solo tendría en su interior todas estas piezas de incalculable valor, si no que él en si mismo sería una obra de arte, un edificio concebido por los más prestigiosos  arquitectos y diseñadores de la actualidad. En definitiva, la Meca de lo bello del siglo XXI.

Y en medio de todo esto, encontramos a M.

M era un chico que estudiaba una carrera social cualquiera en una universidad cualquiera, es decir, era un romántico, ¿no? Y cada día iba a pie a su facultad, siguiendo siempre el mismo trayecto,  el cual, en un momento determinado, constaba en pasar por una gran avenida. Como supongo ya habréis adivinado, se trataba de la avenida donde se construía el majestuoso museo.

Fue una mañana bastante soleada cuando M advirtió las obras de dicho museo. Aunque realmente las obras se intuían por el hecho de que media calle estaba tomada por material y equipos de construcción de todo tipo, ya que, el solar en sí, estaba tapado por un andamio inmenso, de tal forma que no se pudiera ver desde fuera la obra que se gestaba dentro. Pero lo que llamó la atención de M no fue toda esta movilización de recursos y gente aglomerada curioseando, si no la gran pancarta publicitaria que “decoraba” el andamio. Era una imagen inmensa, donde se publicitaba una clínica dental, bajo el eslogan “sonríe en blanco, no cuesta tanto”.

 Pero no, no fue este detalle en concreto lo que llamo la atención de M (por suerte), fue la chica que salía en dicha imagen. Esta tendría unos veinte años, más o menos, quién sabe. Pero lo importante es que, en el momento en que M la vio, se enamoró. Así de simple, como si se hubiese enamorado a primera vista de una chica cualquiera yendo en autobús, o en clase, o donde fuese. Con la sutil diferencia de que se había enamorado de una foto (muy grande, por cierto).  Y es que encontraba hermosa a esa chica de sonrisa blanca, la cual solo se veía de cintura para arriba y que hacía de modelo para promocionar una clínica dental cualquiera. Así que M dejó escapar una sonrisita y siguió su camino, pero mirando de reojo a su nuevo amor.

M pasaba por esta avenida cada día, de lunes a viernes, de ida y vuelta. Por lo que pasaban los días y M se acostumbraba cada vez más a ver a su amada; por las mañanas, cuando se dirigía a clase, al pasar por delante de ella, le deseaba en su interior buenos días. Incluso, de vez en cuando, le soltaba algún piropo “hoy estas más radiante que nunca” o “el sol de esta mañana favorece tus verdes ojos” (era un romántico, no un ordinario). Cuando volvía de clases normalmente se despedía hasta el día siguiente diciéndole lo mucho que la echaría de menos, lo mucho que, antes de dormir, pensaría en ella. En su interior lo que realmente pensaba era lo mucho que deseaba poder acariciar su blanca tez, y eso lo entristecía.

Y todo esto fueron los primeros días, pero señores, una obra como la de este museo dura mucho tiempo, por lo que esta se alargó durante meses (y por M como si se hubiese alargado durante años). Así pues, en los meses venideros, M ya había lo tomado como una rutina, pero no en el sentido negativo, ya que cada vez que la veía, se enamoraba, por lo menos, un poquitín más. Cada vez que vislumbraba su figura, encontraba un nuevo detalle que la hacía más hermosa: un reflejo rojizo en su castaño pelo, un brillo en los ojos que le daba un aire pícaro o la ligera curvatura que presentaba su cuello, la cual inclinaba su cabeza de forma casi imperceptible, pero que para M era una evidencia más de su ternura.

La vida de M ahora giraba en torno a esta chica, a esta foto. Con el tiempo ya no podía soportar verla solo dos veces al día, y de forma tan fugaz, por lo que ahora se plantaba cada tarde delante de la construcción, contemplándola, manteniendo conversaciones para sus adentros con ella, era fantástica. Pero como todos habréis supuesto esta no puede ser, de ninguna manera, una historia con final feliz. Porque las obras de un edificio (en nuestro caso un museo), por mucho tiempo que duren, finalmente acaban. Y esta era una cuestión que M había pensado en diversas ocasiones, pero había decidido obviarlo y vivir como si este día no fuese a llegar nunca; pero llegó.

Una tarde de sábado como cualquier otra (desde que M vio a su amada por primera vez), M se disponía a visitar a su chica; hoy le iba a hablar de lo mucho que le preocupaba un examen que tenia la semana siguiente, entre otras cosas. Pero, fue al llegar a la gran avenida y acercarse  al sitio en el que desde hacía meses se situaba para pasar el rato con ella, cuando su corazón se encogió prácticamente hasta desaparecer; se había ido. El andamio había dado lugar a un edificio extremadamente grande y colorido. Cientos de personas se aglomeraban delante de este y hacían cola para entrar, fascinadas, haciéndose fotos. Empezaron a llegar cámaras de televisión, había incluso un helicóptero que M supuso hacia tomas aéreas de la gran inauguración.  El mundo estaba admirado delante lo que consideraban “el arte del arte”; M estaba en shock.

Se suponía que aquel desmesurado edificio tendría que transmitir a M una sensación de belleza y placer, pero él no lo entendía. Habían substituido a su amada, al ser más bello que había contemplado en la faz de la tierra, por un edificio hortera hecho de piedra, plástico y a saber cuántas cosas más. ¿Cómo este edificio, albergase lo que albergase dentro y estuviese hecho por quién estuviese hecho, podía ser más bello que la chica que le había robado el corazón? ¿Cómo podía ser más importante para él un rótulo publicitario que ese supuesto majestuoso museo?  M, sin saber qué hacer, se quedó ahí, al otro lado de la acera; apartado de la multitud, recordando, añorando lo feliz que había sido compartiendo sus días con aquello que, para él, había sido lo más maravilloso que le había pasado y le pasaría en su vida: la foto de una chica en un inmenso rótulo publicitario; su chica. 

[W.C]


Supongo que a todos se os ha presentado la situación de tener que ir a un lavabo público ¿no? Ese incomodísimo momento en medio de un centro comercial, en el cine, en el instituto, en la universidad, etc  en que os viene un potentísimo y mortal apretón. Pero no un apretón normal, de esos que dices “joder, tengo que ir rápido al lavabo, que me están viniendo indicios de una más que posible cagada brutal” no; yo me refiero a un mega-apretón que piensas “Joder, lo único que evita que haga una moqueta biológica marrón son mis nalgas apretadas entre sí de forma titánica”, este es el apretón más jodido, el que te deja las nalgas soldadas entre sí.

Pues seguro que os ha surgido un mega-apretón de estos, y habéis tenido que recurrir a un lavabo público, no nos engañemos. Esto, en principio no supondría un problema: vas a dicho lavabo y punto… pues no. Por regla general, estos lavabos están hechos de tal manera, que sientas todo el asco, incomodidad y vergüenza posible a la hora de cagar.  Lo primero es el decorado que encontramos: asientos (donde te sientas para defecar, no sé el nombre técnico) llenas de manchas amarillas (en el caso de los chicos…creo), ausencia de papel higiénico, costras marrones y SIDA por doquier. Todo esto, en el momento en el que entras a toda prisa, es un percal, ya que no puedes ni poner papel para no sentarte directamente encima del retrete putrefacto, o mirar previamente si hay papel o no y cogerlo de otro servicio.

Pero aún hay un factor más; los diversos retretes, están separado entre sí por unas finísimas y poco discretas paredes de corcho-pan, de modo que cuando empiezas a liberar a tu criatura, se forma un recital en toda la estancia. No hay suficiente con que el de alado pueda verte desde los pies hasta la cintura, sino que además tiene que tragarse todos tus sonidos y olores y ya lo sabéis, por más que intentáis disimularlo es peor, ya que apretando más las nalgas no se amortigua el sonido, sino que sale con más potencia.

Y para culminar, sales a lavarte las manos (si eres un poco decente)  y te encuentras con tus “vecinos de cagada” lavándoselas también, y este es un largo proceso ya que, normalmente, hay que hacer cola para secarse las manos con la mierda de secadores eléctricos esos, que tardan tanto que el agua, más que evaporarse, se ralla y se va. Pues mientras todo esto ocurre, tus vecinos te miran, os miráis con toda la naturalidad posible tras el humillante espectáculo y seguís vuestro camino, pero marcados para siempre por el lavabo público. 

[Cobertura]


Ayer, tras hacer mis oraciones, me disponía a dormir cuando un peculiar sonido llamo mi atención; un suave y electrónico llanto. Así que me incorporé y me dispuse a buscar el origen de esos sollozos. Mi sorpresa fue, al mirar encima de mi escritorio, que el llanto provenía de mi teléfono móvil.

Si, habéis leído bien, mi móvil estaba llorando. Os parecerá un poco raro, pero señores, se trata de un Smartphone (para aquellos pobres que no se puedan permitir uno, que sepan que es como un móvil normal, pero con mil aplicaciones más a parte de para llamar y mirar la hora). Así que me dirigí hacia él y le pregunté que le pasaba, si necesitaba mi ayuda en algo o si simplemente quería charlar un rato (los psicólogos siempre recomiendan transmitir tranquilidad ante este tipo de situaciones tan delicadas), a lo que me contesto que si, necesitaba desahogarse.

Entre lágrimas, comenzó a explicarme el porqué de su sufrimiento, lo solo que se sentía. Estaba cansado de que solo lo utilizara para hablar con otras personas; que por mucho que le hablase, realmente nunca me dirigía a él, si no a otra persona al otro lado de la línea. Él también necesitaba que le preguntasen como estaba, si había tenido un buen día, o si necesitaba algo, necesitaba sentirse querido.

Tenía que aguantar como yo mantenía conversaciones, muchas veces estúpidas, sobre banalidades a las cuales les daba una importancia atroz, o simplemente, manteniendo largas conversaciones, al final de las cuales, ni siquiera le daba las gracias por el buen trabajo que había hecho manteniendo la cobertura y la calidad de la llamada. Mi móvil se sentía despreciado.

Fue entonces cuando le dije que ahora me había dado cuenta de mi error, le pedí una y mil veces perdón por haber sido tan insensible y desagradecido. Y es que tiene que ser muy duro para él; había estado tratando a mi móvil, durante muchísimo tiempo, como una prostituta, pagándole por hacer llamadas y luego dejándolo tirado, sin un buenas noches o una caricia de agradecimiento. Y tras decirle todo esto y abrirme yo también a él de corazón, nos abrazamos y ambos lloramos. 

[Noentiendo]


Dada mi avanzada edad, me ha tocado vivir muchas cosas; algunas buenas, otras malas. Hoy voy a hablar sobre una de esas cosas buenas: la Nintendo 64 (aplausos entre llantos y sollozos).

(Soy el único al que le da un vuelvo el corazón? :,) )

Pero a pesar de que esta consola haya marcado una etapa bonita y ignorantemente feliz en mi vida, hoy toca hablar de ella refiriéndonos a una desgracia; he leído esta mañana un artículo sobre un estudio que demostraba que soplar la ranura del cartucho del juego cuando este no funcionaba… ¡NO SERVIA PARA NADA! De hecho, lo empeoraba…Tras la lectura de dicha noticia me puse a llorar desconsoladamente (no podía ser de otra manera) en medio del metro de Barcelona.

Si alguna de las miles de personas que leen este blog ha disfrutado de esta consola en algún momento de su infancia, compartirá mi dolor. ¿No recordáis esos días en los que os disponías a echar una partida de vuestro juego favorito, ya fuese Super Mario 64, Mario Kart, Goldeneye 007, Zelda: Ocarina of time, etc… y la consola no leía el cartucho? La reacción inmediata era coger dicho cartucho y soplar (de abajo arriba y de arriba abajo) la ranura, de tal forma que, al introducirlo, como por arte de magia… ¡EL JUEGO VOLVÍA A FUNCIONAR!

Pero es que incluso, entre tus hermanos y amigos, siempre había uno al que se le daba mejor esto de soplar, incluso lo había elevado a un nivel de arte y solo este individuo era capaz de revivir esos impresionantes juegos a la primera; eran ingenieros del soplido. Pues esto amigos, según la ciencia, era solo un espejismo, una ilusión, una cruel coincidencia del destino. Es más, el artículo en cuestión convertía a estos profesionales de las reparaciones jueguiles (otra palabra que me apunto) en verdugos, ya que afirman que la saliva desprendida de los soplidos estropeaba los lectores de los cartuchos… ¿os lo podéis creer?

Pues eso señoras y señores; chicos y chicas; abogados, mi infancia es un poco más traumática hoy gracias a la ciencia, que no conoce de sentimientos. Aún así intentaré seguir creyendo en esos mitos, costumbre, que nos hicieron unos niños felices, que nos unieron y nos hicieron ganar un respeto dentro de nuestro grupo de amigos. Y recordaré con ternura la figura del soplador de cartuchos, él cual, hace ya muchos años, formo parte de mí.

[Llongueras]

No me considero una persona excesivamente idiota, en ciertos aspectos. Pero si que tiendo a pensar que muchas cosas no me afectan; cosas como la gripe (sonido de película de terror loca). Y es que esta mañana me he despertado con la garganta bastante irritada y con una mucosidad bastante densa…si queréis puedo ser más explícito, pero empezaríais a vomitar encima del ordenador y me quedaría sin lectores (carita triste con lagrimilla en el ojo)

Total, que me he despertado en ese estado en el que hablas cómo si te hubieses bebido un batido de clavos, lo que yo llamo “hacer un Llongueras”:


(que simpatiquísimo que es)

La cuestión es que luego desayuné brownie con helado de fresa… se que pensareis que soy imbécil… Pues sí, y lo peor es que lo intenté compensar bebiéndome un café calentito (me salen unos cafés geniales), pero efectivamente, no funcionó. Así pues, me había empeorado un pelín más la garganta y la mucosidad que ello conllevaba.

No contento con eso, salí de casa sin jersey (y estaba haciendo un poco de fresco), o eso creía yo, porque fue justo llegar al metro, buscar la tarjeta para picar, y encontrar un jersey que llevaba desde hace días metido en la mochila…hay que ver que ocurrencias jejeje. Pero la pequeña púa en mi garganta ya estaba clavada.

Para acabar, llegue a casa y, como me gusta ir descalzo, voy así desde entonces…hasta ahora, que es media tarde y dado que el suelo de mi casa, no sé cómo,  siempre está helado, creo que le he dado la puntilla definitiva a mi preciosa garganta. Así que mientras os escribo esto cada vez que respiro me dan ganas de toser y me ahogo por momentos en moco. Solo quería compartirlo con vosotros, porque os aprecio <3


[Fama]


 Por si no os habéis dado cuenta ya, soy bastante famoso.  Tengo muchísimos seguidores, mi blog es una referencia en lo referido a calidad literaria y metafísica, y estoy en proceso de apadrinamiento de un negrito.

Este último punto es algo que me preocupa un poco, ya que el tío de la ONG con el que hablé por teléfono me dijo que sería un negrito del África central, o por ahí. Pero la cuestión es que no especificó si sería un niño pequeño de estos tan simpatiquísimos que salen por el telenoticias, y mi temor es que, al no especificarlo, realmente haya apadrinado a un negro de veinte tantos de esos que van a toda hostia en Jeeps con AK-47 disparando al aire. Pero no sé si esto es posible, hace tiempo que no leo, ahora solo me ocupo de ser famoso.

Pero joder, de ser este el caso me sentiría fatal, porque una cosa es ser famoso, y otra no tener escrúpulos, y yo eso si que no.  Pero es curioso como en los juegos estos bélicos que sacan para las doscientas consolas que hay actualmente, siempre meten a estos negros por algún sitio, y, obviamente, siempre son los malos. Pero es que son malos y se ve que a la hora de diseñar el juego solo diseñan dos tipos diferentes de africano negro loco con ak-47, y lo repiten mil veces más. A bueno, menos el jefe maestro loquísimo, a este le ponen una boina revolucionaria roja y ya vamos…malísimo. 

Lo mejor es cuando, a estos mismos negros, los meten en alguna película bélica que, básicamente, tienen las mismas características que los de los juegos de antes, solo que aquí se recrean más. Estos, a última hora, durante la persecución del bueno (del prota de la peli) el negro que va en la parte trasera del Jeep saca un pedazo de bazooka , con el cual dispara a nuestro carismático y fornido protagonista. Este, en un alarde de habilidad, hace una mega maniobra de evasión con su estereotípica moto de trial, y esquiva el pepinazo. Seguidamente, el Jeep conducido por nuestros amigos de color acaba estampándose con algún obstáculo situado detrás del fuego desprendido por la explosión del misil que ellos mismo acaban de disparar y que, por mala suerte, no pueden detectar a tiempo. Pobrecitos.

No sé como cojo***  he acabado hablando de eso, pero la cuestión es que vivo en y de la fama. Y bueno, ahora que ya he apadrinado y tal y he sembrado las bases firmes de mi fomosidad (ya me puedo hasta inventar palabras…¡Grapadoroso! ¡chaflanístico! Jejejeje soy la risa) ahora toca buscar un buen balcón de hotel para salir en pelotas y me hagan fotos los paprasaxis esos. Os quiero. Littledoor <3