Se estaba construyendo un gran
museo, el cual albergaría las más valiosas y hermosas obras de la tierra. Arte
contemporáneo, barroco, vanguardista, etc. Todos se darían cita en este
majestuoso edificio, que se alzaría en medio de una de las avenidas más transitadas
de Barcelona. Pero es que este no solo tendría en su interior todas estas
piezas de incalculable valor, si no que él en si mismo sería una obra de arte,
un edificio concebido por los más prestigiosos
arquitectos y diseñadores de la actualidad. En definitiva, la Meca de lo
bello del siglo XXI.
Y en medio de todo esto,
encontramos a M.
M era un chico que estudiaba una
carrera social cualquiera en una universidad cualquiera, es decir, era un
romántico, ¿no? Y cada día iba a pie a su facultad, siguiendo siempre el mismo
trayecto, el cual, en un momento
determinado, constaba en pasar por una gran avenida. Como supongo ya habréis
adivinado, se trataba de la avenida donde se construía el majestuoso museo.
Fue una mañana bastante soleada
cuando M advirtió las obras de dicho museo. Aunque realmente las obras se
intuían por el hecho de que media calle estaba tomada por material y equipos de
construcción de todo tipo, ya que, el solar en sí, estaba tapado por un andamio
inmenso, de tal forma que no se pudiera ver desde fuera la obra que se gestaba
dentro. Pero lo que llamó la atención de M no fue toda esta movilización de
recursos y gente aglomerada curioseando, si no la gran pancarta publicitaria
que “decoraba” el andamio. Era una imagen inmensa, donde se publicitaba una
clínica dental, bajo el eslogan “sonríe en blanco, no cuesta tanto”.
Pero no, no fue este detalle en concreto lo
que llamo la atención de M (por suerte), fue la chica que salía en dicha imagen.
Esta tendría unos veinte años, más o menos, quién sabe. Pero lo importante es
que, en el momento en que M la vio, se enamoró. Así de simple, como si se
hubiese enamorado a primera vista de una chica cualquiera yendo en autobús, o
en clase, o donde fuese. Con la sutil diferencia de que se había enamorado de
una foto (muy grande, por cierto). Y es
que encontraba hermosa a esa chica de sonrisa blanca, la cual solo se veía de
cintura para arriba y que hacía de modelo para promocionar una clínica dental
cualquiera. Así que M dejó escapar una sonrisita y siguió su camino, pero
mirando de reojo a su nuevo amor.
M pasaba por esta avenida cada
día, de lunes a viernes, de ida y vuelta. Por lo que pasaban los días y M se acostumbraba
cada vez más a ver a su amada; por las mañanas, cuando se dirigía a clase, al
pasar por delante de ella, le deseaba en su interior buenos días. Incluso, de
vez en cuando, le soltaba algún piropo “hoy estas más radiante que nunca” o “el
sol de esta mañana favorece tus verdes ojos” (era un romántico, no un
ordinario). Cuando volvía de clases normalmente se despedía hasta el día
siguiente diciéndole lo mucho que la echaría de menos, lo mucho que, antes de
dormir, pensaría en ella. En su interior lo que realmente pensaba era lo mucho
que deseaba poder acariciar su blanca tez, y eso lo entristecía.
Y todo esto fueron los primeros
días, pero señores, una obra como la de este museo dura mucho tiempo, por lo
que esta se alargó durante meses (y por M como si se hubiese alargado durante
años). Así pues, en los meses venideros, M ya había lo tomado como una rutina,
pero no en el sentido negativo, ya que cada vez que la veía, se enamoraba, por
lo menos, un poquitín más. Cada vez que vislumbraba su figura, encontraba un
nuevo detalle que la hacía más hermosa: un reflejo rojizo en su castaño pelo,
un brillo en los ojos que le daba un aire pícaro o la ligera curvatura que
presentaba su cuello, la cual inclinaba su cabeza de forma casi imperceptible,
pero que para M era una evidencia más de su ternura.
La vida de M ahora giraba en
torno a esta chica, a esta foto. Con el tiempo ya no podía soportar verla solo
dos veces al día, y de forma tan fugaz, por lo que ahora se plantaba cada tarde
delante de la construcción, contemplándola, manteniendo conversaciones para sus
adentros con ella, era fantástica. Pero como todos habréis supuesto esta no
puede ser, de ninguna manera, una historia con final feliz. Porque las obras de
un edificio (en nuestro caso un museo), por mucho tiempo que duren, finalmente
acaban. Y esta era una cuestión que M había pensado en diversas ocasiones, pero
había decidido obviarlo y vivir como si este día no fuese a llegar nunca; pero
llegó.
Una tarde de sábado como
cualquier otra (desde que M vio a su amada por primera vez), M se disponía a
visitar a su chica; hoy le iba a hablar de lo mucho que le preocupaba un examen
que tenia la semana siguiente, entre otras cosas. Pero, fue al llegar a la gran
avenida y acercarse al sitio en el que
desde hacía meses se situaba para pasar el rato con ella, cuando su corazón se encogió
prácticamente hasta desaparecer; se había ido. El andamio había dado lugar a un
edificio extremadamente grande y colorido. Cientos de personas se aglomeraban
delante de este y hacían cola para entrar, fascinadas, haciéndose fotos. Empezaron
a llegar cámaras de televisión, había incluso un helicóptero que M supuso hacia
tomas aéreas de la gran inauguración. El
mundo estaba admirado delante lo que consideraban “el arte del arte”; M estaba
en shock.
Se suponía que aquel desmesurado
edificio tendría que transmitir a M una sensación de belleza y placer, pero él
no lo entendía. Habían substituido a su amada, al ser más bello que había
contemplado en la faz de la tierra, por un edificio hortera hecho de piedra, plástico
y a saber cuántas cosas más. ¿Cómo este edificio, albergase lo que albergase
dentro y estuviese hecho por quién estuviese hecho, podía ser más bello que la
chica que le había robado el corazón? ¿Cómo podía ser más importante para él un
rótulo publicitario que ese supuesto majestuoso museo? M, sin saber qué hacer, se quedó ahí, al otro
lado de la acera; apartado de la multitud, recordando, añorando lo feliz que
había sido compartiendo sus días con aquello que, para él, había sido lo más
maravilloso que le había pasado y le pasaría en su vida: la foto de una chica
en un inmenso rótulo publicitario; su chica.